martes, 13 de abril de 2010

El gorrión murciélago

He dudado en llamar a esta entrada en vez de el "gorrión murciélago" , "el rosal asesino".

Esta tarde, me he llevado un buen susto y un gran apuro.

Salí al jardín como todos los dias a echar de comer a los pájaros y a llenar las fuentes, y cual es mi sorpresa, cuando haciendo esto último, es decir, llenar uno de los estanques que tengo debajo de un rosal trepador, cuando oigo un piar acompañado de un revoloteo, que claro, sonaba a pajarito, pero ¿dónde?.

Miro hacia arriba, y en una de las ramas del rosal, suspendido cabeza a bajo, tal como un vampiro, y enganchado por las dos patitas, habia un gorrión, desesperado, aleteando como podía, para intentar salir de semejante lío.



Menudo agobio que me dió, ya comenté, en otra ocasión, con el pollo de mirlo, que lo mío no es coger pájaros.

No podía comprender como quedó preso de la rama, y lo primero que se me ocurrió fué llamar a mi amigo Pedro, dispuesto en todo momento a sacarme de semejantes líos. Pero sopesé bien el tiempo que podría resistir el pobre gorrión, colgado de semejante manera, a que llegara mi amigo, asi que me dispuse, con el corazón en un puño a intentar resolver el problema.

Lo primero que hice, fue agarrar la escoba del jardín y despacio empujar al pajarito hacia arriba, para ver si podía soltarse, pero nada, estaba bien enganchado. El pobre animalito, si no se moría de semejante postura, con el susto de la escoba, le iba a acelerar yo la muerte.

Asi que recurrí, a los ya tan conocidos guantes de jardín, utilizados como anteriormente hice con el pollo de mirlo, y ahora además tambien tuve que coger la escalera, ya que sino, no llegaba hasta él.
El gorrión piaba y piaba sin parar, y como no paraba de moverse le coloqué mi mano enguantada por debajo de su pecho sin apretar, solo para que se sostuviera, mientras yo intentaba con la otra mano desliarle las patas.

El gorrión se quedó tan inmóvil, que llegué a pensar que le había dado un infarto, pero yo, ya puesta no me lo pensé dos veces y ví que las patitas las tenía enganchadas en una espina del rosal, y que aunque, intenté tirar despacio de ellas no había forma de soltarlas.

Ya empezaba yo a sudar de la tensión y de no saber que hacer, hasta que lo único que se me pasó por la mente, fue cortar con la mano el trozo de rama, con lo que conseguí partirla, y de paso pincharme, pero con gran alivio, porque el gorrióncito salió volando.


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