Este pollito, aparentemente tranquilo, tan colocado en la roca que hay al fondo del jardín, tuvo una llegada un tanto estresante a él.
Antes de llegar a dicho lugar paso por un canalón que recoge las aguas en un paso que hay desde la cocina al jardín de elisa, para terminar en el suelo de mi cocina muerto de miedo.
El caso es que estaba yo empezando a tomar mi desayuno como todos los días y oigo un piar que procede de dicho paso, y así me tire media mañana escuchando el pío pío, y no viendo quien lo emitía. Hasta que después de mirar y remirar, veo unos ojillos que asoman desde el canalón. Mi dilema era que hacer, porque aunque me gustan mucho los pájaros, lo de cogerlos no es lo mio.
Me tiré media mañana pensando que hacer, y mientras el piar no cesaba, uniéndose desde fuera al de los padres que al oír al pollo le respondían.
Como el pollo no se movía decidí intentar cogerlo, eso si, me puse guantes de jardinería y con muchisimos nervios me puse manos a la obra, lo cogí, pero con tanto miedo a estrujarlo, que el pobre pollo se me cayó al suelo y a saltos entro en la cocina. No se quien estaba más asustada si él o yo. Como ese día no me apetecía comer pollo asado, hice mi segunda y última intentona, lo cogí, y salí pitando con él al jardín, donde lo coloque en la roca, que sirve de trampolín a todo aquel que necesita aprender a volar.
Todas las primaveras se juntan en el jardín crías no solo de mirlos que hacen especiales estos meses del año.
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