Mi amigo el carbonero no se hizo de rogar ante la llamada del nuevo comedero.

Y aunque lo puse pegado a la ventana de la cocina, no le impide estar en él.

Y pararse a escoger que picar primero.

A través de la ventana, me mira descarado, y al mismo tiempo confiado.

Pica, pica en él, sin importarle que yo lo esté observando.
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